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En mis constantes aburrimientos, decidí escribir una historia. Y como en mi ordenador no la lee nadie pues la pongo en el blog. Me gustaría que la leyerais y opinarais al respecto, si no os importa. Ya que, personalmente, esta historia solo le interesa a una persona: en serio, gracias Rosi. Y hablando de Rosi, y poniendo un enlace a su blog...Os pongo también el principio de la historia, no es el primer capítulo, sino el principio del primer capítulo. Bueno, leedlo y me contáis:







Capítulo 1: Billete de ida.


En cuanto llegué a casa se hizo un silencio sepulcral; solo lo rompía la televisión, que estaba enchufada. Justo en ese momento, cuando mis padres me miraron tristemente mientras me iba a mi habitación, supe que lo sabían.
Lo había ocultado durante tanto tiempo: malas notas, nuevos amigos desconocidos para mis padres, las faltas de asistencia que me limitaba a esconder y falsificar cada vez que llegaban a mi casa...Y mi cambio, era tan evidente que hasta yo me daba cuenta. En ese momento mi madre se levantó del sofá y se dirigió a mi habitación con paso firme. Mi reacción fue rápida: cerré la puerta de un golpe y me arrodillé en un rincón con las manos sobre la cara.

-Emily, tenemos que hablar-dijo mi madre, fue lo único que escuche antes de que todo se volviera negro.

Pasaron unos minutos en silencio, cuando me levanté ya no estaba en mi habitación sino en el instituto. Me fui al baño- donde solía estar con mis amigas cuando nos saltábamos alguna clase- y allí las encontré. Último baño al lado de la ventana, donde siempre, todas me saludaron con un abrazo como si no me hubieran visto en mucho tiempo.
-¿Qué pasa chicas?- pregunté sorprendida- ni que me hubiera muerto.

-Pues casi, porque desde que te fuiste no hemos sabido nada de ti-murmuró Ángela con voz seria.

-¿¡Qué dices!? Yo no me he ido a ningún sitio.

-Acabas de volver...- su voz fue callada por el ruido de la sirena.

Todas se fueron rápidamente a clase y yo me quede sola en el baño, me apresuré a abrir la puerta para seguirlas pero ya no estaba allí, estaba otra vez en mi casa y...

¡Au! ¿Por qué me dolía tanto la cara? Me la toqué con la mano y entonces comprendí que era la bofetada que me acababa de dar mi padre. Estaba en el salón de mi casa enfrente de mi padre que tenía la mano levantada por si necesitaba algún otro bofetón pero la bajó en cuanto se dio cuenta de que había comprendido: estaba llorando. Caí al suelo en ese momento y todo a mí alrededor empezó a tambalearse: un terremoto había llegado a mi casa. No podía moverme cuando...


-Señorita ¿Se encuentra bien?-dijo una voz que nunca había escuchado.